Anoche bailaba la manzana
sobre la espuma tórrida del mar
mientras en la azotea del Corte Inglés
Marilyn repartía sus besos…
Y yo, como un trapo mojado,
con penachos de palmeras
inclinándose hacia el fango,
sediento de viento y de lluvia
—escasa pero lluvia al fin—
fuí a bailar con la manzana
pleno de los besos que Marilyn,
entre la multitud borracha
de luces y colores esperpénticos,
me lanzó tan solo a mí:
¡Se vende el alma!
¡Se compra el tiempo!
II
¡Se vende el alma!
¡Se compra el tiempo!
Pero que no trascienda
más allá de los estantes,
que no suenen las luces
y no reverbere la música…
Se permite, acaso, a Marilyn,
que compre o venda lo que quiera,
o nos regale su risa
o quizás los cántaros pálidos de sus pechos
mágicos como sus ojos o su pubis.
¡Se vende el alma!
¡Se compra el tiempo!
Pero borracho de amores y de luna
de absenta y de fuego
que no trascienda:
Que el alma es escasa
y el tiempo no nos cabe en las alacenas.
III
Y si acaso la manzana ya no danza
absortas sus caderas
en el orgasmo espurio de las olas,
y Marilyn Monroe
desde la azotea del Corte Inglés
se vuelve y llora
mientras el asfalto impasible
consume personas, coches,
incertidumbres, notas,
luces, océanos, perplejidades…
¡Se vende el alma!
¡Se compra el tiempo!
Pero que no trascienda.