Se creía que era imposible. Las mentes más brillantes se habían afanado sin éxito en esta tarea titánica. Pero ahora gracias a la tecnología y al genio humano que nunca descansa han logrado inventar un juego que mezcla de pulso con el tetris.
Quizá sea injusto llamarlo juego. Las generaciones venideras idolatrarán a los maestros de Tresling como hoy veneran a las estrellas de rock, a los deportistas, a las modelos, a los farmacéuticos. Un Tresling Master será reconocido como amo en el plano físico, mental, espiritual. Adéntrese en los pormenores de esta disciplina y vislumbre el futuro.
El Tresling es en principio una partida de tetris de dos jugadores. Es decir en cada una de las dos pantallas cada participante deberá acomodar sus piezas lo mejor posible como se ha hecho desde tiempos inmemoriales en el que quizás sea el mejor juego de computadora de la historia. Pero no hay teclado. Para acomodar cada pieza el participante deberá mover el brazo de su adversario en un pulso colosal. No de pura fuerza. No se trata de un solo trayecto del brazo. Si no de un constante, sutil y prolongado forcejeo que ni el mismo Zeus podría haber imaginado posible.
Un detalle interesante es que más allá del juego que cada participante haga, las fichas de los dos jugadores bajan simultáneamente y sólo uno de ellos podrá colocarla en donde imaginó porque su mano -igual que su destino- está atada a la de su contrincante y sólo hay lugar para uno en la puja sangrienta del Tresling.